Amor no es una palabra que simplemente queda
bien sacarla en tertulias, conversaciones, artículos,… sino que es un término
que apunta a una actitud vital: huir del egoísmo, afán de servicio, darse, ser
generoso. Debe haber una lucha interior, personal por parte de los padres, para
que el amor se manifieste en todos los campos, en el espiritual, en relación a
los demás, en el matrimonio y en los hijos.
El amor no es simplemente una idea
bonita o buena sino que requiere la acción de la voluntad, esto es, la decisión
de querer. Y esta decisión supone una elección y, por tanto, un acto de ser
libre.
Así que amor y libertad coinciden cuando hay que tomar una decisión. Y
para decidir hay que tener objetivos y, por consiguiente, deliberar acerca de
los criterios de decisión. Llegamos a la conclusión que enseñar a decidir es
algo intrínseco a la educación de la libertad. El aprendizaje que se deriva de
esta enseñanza es el aumento de la capacidad de dar y de recibir, tener
autodominio para servir mejor y desarrollar también la propia libertad con la
consiguiente responsabilidad.
Un signo de amor y de libertad es servir
diligentemente, con atención y alegría. Y los padres deben ser los que enseñan
con su ejemplo, observándose a sí mismos, en su matrimonio y en su actitud de
servicio. ¿Lo observamos así? En mi modesta opinión, diría que no mucho. Se da
servicio, por supuesto, pero un servicio muchas veces de baja calidad en el que
se mezcla afán de ser complacido, para dominar, salpicado de otros fines,
económicos, políticos, etc.
Los padres deben acostumbrase a enseñar a sus hijos
a servir en multitud de detalles, yendo ellos por delante.
Josep Catañá Pons